-en memoria de Jorge Reyes-
Tenía mucho tiempo que la tristeza no habitaba en mi. Ayer me enteré de la muerte de mi amigo Jorge Reyes. Su música me ha acompañado desde la adolescencia y su amistad desde hace casi diez años.
Recuerdo aquellas vacaciones de diez dias acampando a la orilla del agua en el gekko camp de Bahía de Los Angeles, tenía yo 21 años y una mujer de piel blanca y piernas largas me había partido el corazón- no sería la última, pero quizá sí fue la primera-. Por las noches, en la oscuridad casi total, resplandecían las estrellas en el cielo , se escuchaban las ballenas a lo lejos y en tierra no había electricidad, sólo un par de lámparas de aceite y un estéreo con pilas en el que tocábamos todas las noches el cd Crónica de Castas de Jorge Reyes que recién había salido a la venta. No era lo único que escuchábamos, pero sin duda el Crónica de Castas era el disco que mejor enmarcaba la experiencia de estar alejado de la ciudad, entre los recuerdos de un amor perdido que aparecían como destellos, y el estar acompañado de los buenos amigos de aquel entonces, bebíendo, fumando -sí, antes fumaba-, compartiendo canciones e historias mientras aprendíamos a no pisar las mantarayas de la orilla cuando nos sumergíamos a snorkear en la bahía por horas. Hacia el mediodía el sol pegaba inclemente a 42 grados centígrados sobre la piel.
"Ahí o hay te estás", se llama una hechizante canción de ese disco de Jorge en donde hace ruidos guturales como melodía y la base rítmica la logra pegándose en el cuerpo con las palmas de la manos. Fulminante y misteriosa, aparece de pronto la guitarra del español Suso Saíz volando entre notas y es en ese justo momento cuando todo se va a una dimensión etérea, algo supra-terrenal. Ya no sabías bien a bien, qué era parte de la grabación del disco y que ruidos del entorno natural se habían incorporado meticulosamente, como un soundtrack de esas noches alejadas de la modernidad.
Así pasamos diez dias y diez noches, sobrevivimos comiendo por la tarde y noche lo que pescábamos por las mañanas. Nunca más me he alejado tanto de la ciudad y sus comodidades como en aquel hermoso verano, diría Pavese.
Ahora la vida me ha hecho menos aventurero en eso de tratar de olvidar amores, he encontrado otros remedios menos extravagantes para cuando me rompen el corazón, los cuales también incluyen música, pero ya no preciso de un isla desierta -o algo parecido- para remediar el mal de amores.
En 1994, Jorge se presentó en el teatro del Cecut y lo fui a ver. Era la primera vez que lo veía y escuchaba en concierto y considerando que tenía todos sus discos hasta entonces, y que me sabía de cabo a rabo todas sus composiciones, la expectativa era alta y la cumplió cabalmente. Aplaudí como nadie en esa sala de conciertos. El Destino guarda sorpresas y cuando caminaba por el estacionamiento después del concierto, lo vi a unos metros, iba rumbo a una camioneta que lo esperaba, corrí hacia mi auto por un par de cd´s de su música que venía escuchando en el camino -el Crónica de Castas era uno de ellos- y le pedí que me los firmara y eso hizo.
Nos dimos la mano y un gracias, hasta luego.
En el 2000, nos re-encontramos en Tijuana, él venia de Alemania en donde había escuchado música de nortec en le feria de Hannover -donde Conaculta nos había pedido permiso para musicalizar el pabellón de México con algunas de nuestras canciones- y nos queria conocer. Comimos carnitas estilo michoacán y platicamos esa tarde, mientras bebíamos dos botellas de tequila. Esa vez lo acompañaba su esposa, la actriz Ariadne Pellicer y su hija Eréndira en brazos. Cambiaron su vuelo de avión que salía esa misma tarde, cuando los convencí de irnos por la noche a un concierto de música electrónica en el Jai Alai que prometía ponerse bien. Venimos antes a mi casa a seguir hablando de música, de músicos, de México y de la frontera. Los llevé a la orilla de la playa para que vieran esa imagen antipoética que es la barda de acero oxidado que divide al primero y el tercer mundo y que llegaba hasta la playa y parecía también, dividir al mar en dos.
Salimos esa noche al concierto prometido, luces , humo y varios dj´s gringos y locales amenizaban la noche de baile y beats de cajas de ritmos, a las tres de la mañana ya no supe dónde quedaron, La última vez que los vi, estaban bailando en la pista central. Los busqué un rato sin éxito y regresé a casa. Al siguiente dia me despiertan a las 12:30 porque les estaban pidiendo abandonar el cuarto de hotel. Organizamos precipitadamente una carne asada en la casa de Javier Torres para hacer tiempo mientras salía su vuelo a las cinco de la tarde. Recuerdo que hablamos de Ana D, la cantante española mujer de Corcovado que recién había editado su primer disco Satellite 99 y que Jorge conocía personalmente en alguna de sus giras europeas por España en que terminó en casa de Javier Corcovado. Le sorprendió enterarse que Ana Díaz (Ana D.) hubiera editado un disco tan lindo. Ni siquera sabia que Ana Díaz cantara.
Los llevé al aeropuerto a tiempo para su vuelo, nos dimos un abrazo, una sonrisa y una promesa de vernos de nuevo.
En el 2004, Recibí una invitación para tocar en el Cenart (Centro Nacional de las Artes) el 27 de noviembre, en un concierto de música electroacústica, junto a varios renombrados de la música experimental contemporánea mexicana. Yo era el único que no tenía un doctorado musical en Francia o algo similar esa noche. Como la onda de nortec no era pertinente en ese concierto, me inventé algo que titulé: "This is not Nortec, it´s Babelfish Trio -de Pessoa y algunas ideas no robadas-". Con el nombre de Babelfish Trio edité algunas canciones que se alejaban del sonido del colectivo en un par de discos y ya anteriormente había presentado algún set en vivo en el Hard Rock Café. Cuando por fin me mandan el cartel completo, fue grande mi sorpresa al saber que Jorge Reyes cerraba dicho concierto y yo iba justo antes que él.
Yo sin doctorado en música experimental en Francia. Nos encontamos en el backstage del Auditorio Blas Galindo del Cenart, bebimos tequila de nuevo, platicamos a carcajeada resonante un par de horas antes de nuestras respectivas presentaciones y nos deseamos suerte antes de pisar el imponente auditorio.
Nos fue muy bien esa noche y dos dias después, estaba yo comiendo en la casa que compartía con Ariadne en La Condesa. Eréndira, la bebé que había yo cargado en brazos en el 2000, se había convertido en una hermosa niña de cuatro o cinco años, blanca como la nieve y cabellos dorados que reia y platicaba más articuladamente que muchos de mis excompañeros universitarios. Recuerdo haber pensado: si me aseguran que tendré a una hija así, la concibo esta misma noche.
Platicamos de música, de literatura, de discos y de Tijuana. Pasadas las horas, me despedí de ellos y les di un abrazo con la promesa de vernos de nuevo pronto.
Fui varias veces al D.F. , y por una y mil, no nos vimos de nuevo.
Hace unas semanas un buen amigo me dijo que Jorge me mandaba saludar y pensé en llamarle, pero lo dejé para despues, como se dejan tantas cosas en la vida.
A veces imaginamos que los amigos siempre estarán allí cualquier dia del mañana, pero la vida se encarga de demostrarnos lo contrario.
Hoy Jorge ya no está y ya no podré llamarle cuando vaya al D.F.
No se si haya otro lugar después de este. Si exista vida, después de esta vida -sospecho que no- pero si la hay, ojalá y en ese lugar exista la posibilidad de hacer música.
Jorge estará muy feliz.
Desansa en Paz...
ps: Por lo pronto aquí me tienes acordándome de ti y escuchando en vinilo el primer disco que editaste como Jorge Reyes, ese que escuché cuando tenía quince años y con el que tanto me emocionaste: "A la Izquierda del Colibrí".
¿Te conté que me lo encontré hace como cuatro años en un tianguis que arman los domingos en el barrio antigüo de Monterrey?. Estaba nuevo, incluso cerrado todavía. Creo que no te lo había contado.
Lástima que este no me lo firmaste...